“¡Mirá a lo que hemos llegado!”, refunfuña un sacerdote moviendo la cabeza. “¡Calma, cura, todo sea para la gloria de Dios!”, lo anima, risueño, su hermano en el presbiterio. Ocurre que aunque a muchos sacerdotes no les haga gracia, las “fiestas retro” y los bailes son los eventos más eficaces para recaudar fondos para las parroquias. Les siguen en entusiasmo popular de orden decreciente las choripaneadas, los bingos, los té show, las rifas y, por último, las colectas. El éxito de “los beneficios” -como se les llama comúnmente- depende de cuán movilizada esté la comunidad de cada parroquia.
Por mes, la Iglesia de Tucumán recibe $ 165.750 del EstadoLas actividades recaudatorias sirven para fines específicos: construcción de templos, mejoras edilicias, reparaciones o reposiciones de cosas que se roban o rejas (que no es un tema menor, la capilla del Carmen, de Villa Carmela, ha sufrido 11 robos en los últimos meses). El padre Daniel Clérici pudo construir todos los baños de la parroquia de Guadalupe gracias a cuatro fiestas retro que organizaron los jóvenes del barrio Lomas de Tafí. Todo se maneja más o menos así, con apoyo de la feligresía, en las 48 parroquias de la Arquidiócesis de Tucumán con sus 376 capillas.
El problema para los párrocos es el día a día. El pago de la luz, el gas, el teléfono, el agua y los sueldos (que se extrae de la limosna, después de abonar las facturas), además del aporte jubilatorio y la obra social. Todo eso sale del “óbolo de la viuda”, “del billete más arrugado y más rotito que encontramos al fondo de la billetera” como suele decir el arzobispo Carlos Sánchez. Para poner ejemplos concretos: de la colecta de las misas de San José salen los $ 7.300 que juntó el padre Jesús Fernández para pagar la última boleta de la luz de la parroquia y del comedor infantil, “sin contar las facturas que llegan a cada una de las tres capillas”. De ahí drenan $ 2.135 para el gas natural y sueldos mínimos de tres sacerdotes. Las cuentas deben cerrar en $ 55.000. Y si no se puede, lo que se achica es el haber de cada cura.
¿Pero qué ocurre cuando la limosna es exigua porque la comunidad tiene bajos recursos? El padre Raúl Olea, de la parroquia del Espíritu Santo de Ranchillos, sabe de qué estamos hablando. Solo él debe atender 15 capillas. Oficia tres misas en la sede los fines de semana y de lunes a viernes recorre el campo con una misa en cada lugar y otra en la sede. Con suerte recoge entre $ 3.000 y $ 3.500 para llegar a $ 12.000 o $ 14.000 al mes. De allí se paga todos los servicios, comida y gastos personales que son $ 4.500 que incluyen $ 3.100 para la obra social (San Pedro) y $ 1.200 para una jubilación mínima (Fides). Lo más caro, el combustible, es donado por dos familias. Se ayuda en sus gastos con el sueldo de capellán del hospital del Este (categoría C del Siprosa). “La comuna nos presta el audio para las fiestas patronales y un colectivo para venir a la ciudad a alguna reunión pastoral”, cuenta. Dice que ahora está organizando una campaña de amigos para sostener el culto y “abrir un merendero porque estamos viendo mucha necesidad”, dice.
Las parroquias del centro de la capital suelen beneficiarse con limosnas más generosas que las de la periferia sólo por el caudal de fieles que pasan por sus misas diarias. Entonces las primeras se convierten en benefactoras de las segundas. Un claro ejemplo es el Inmaculado Corazón de María, que con San Expedito comandando la fe todos los 19, alimenta a muchos comedores y merenderos para los que las partidas del Gobierno son siempre insuficientes. Solo de Cáritas parroquiales dependen 10 comedores y cuatro merenderos, pero hay muchos más que crecen a fuerza de la necesidad en los barrios más pobres, sin ninguna partida presupuestaria de Políticas Sociales, y que siempre reciben de los que tienen un poco más.
Sueldos de sacerdotes
¿Cuánto cobra un sacerdote? El padre José “Pepe” Abuín, vicario general de la Arquidiócesis de Tucumán, explica que “se pide a cada Consejo de Administración Económica de las parroquias que traten de llegar a un sueldo básico para el párroco y para el vicario, que en la práctica ronda los $ 12.000 para el primero y $ 8.000 para el segundo”, asegura. ¿Qué ocurre cuando el dinero que recauda la parroquia no alcanza para pagar el sueldo del sacerdote? “Nada”, responde Abuín. “Hay que recordar que en la casa parroquial el sacerdote tiene todo, no necesita más que para sus gastos. En mi caso, vivo con el sueldo de profesor que me alcanza para mis gastos y al de párroco lo dono para las obras de la parroquia”. Abuín además de ser el segundo en jerarquía después del arzobispo, ha pedido seguir siendo párroco de Cristo Rey, en Villa Mariano Moreno, Las Talitas. “No quiero perder el contacto con la gente, porque uno aquí se encierra”, señala el ámbito del Arzobispado.
El padre Pepe conoce muy bien el interior porque ha estado ocho años en Los Ralos, en la parroquia San Antonio de Padua, a 20 kilómetros en el este tucumano, lindante con Santiago del Estero. Lo sucedió el padre Diego Pinto, que recorre 10 capillas oficiando misas de martes a viernes donde la gente, de a puchos, le deja cuanto mucho $ 120. La misa del domingo le aporta entre $ 600 y $ 1.000 para el sostenimiento del culto, y con el mensual de $ 50 o un poco más por familia y dos bingos al año para los gastos grandes las necesidades quedan cubiertas. El padre Diego limpia su casa todos los días, lava su ropa y cocina. “La gente es muy cariñosa y me regala algunas empanadas o tamales”, cuenta gustoso.
Pero nada le amarga más que dos cosas: ver el techo de la capilla nueva -que según él está mal construida- gotear cada vez que llueve, que ahora es muy seguido. Y otra: que su vieja camioneta (que tiene 14 años) lo deje cada dos por tres tirado en la soledad de la ruta 321, sin poder hacer llamadas por celular, porque no llega la señal, como ocurre en las zonas donde hay poca población. A causa del mal estado de las rutas tuvo cuatro accidentes y lo único que atinó hacer la última vez fue “a rezar y a esperar que pase un alma buena y me ayude a buscar un mecánico o un tractor”, recuerda. Algo así le pasó en invierno, le explotó un neumático y fueron horas a la intemperie esperando el rescate. De esas 10 capillas, hay una que el padre Diego la ofrece para salvación de su alma. Dice que le insume nueve litros de nafta hasta llegar y volver. Pero él no se confía en la ofrenda de esa misa, con lo que le dan no le alcanza ni para un litro y medio. Él ya sabe, ese día la limosna la pone él.